Durante décadas, los científicos han estudiado la atmósfera de Júpiter, revelando detalles fascinantes sobre su composición y sus icónicas nubes. Un reciente descubrimiento ha desafiado una de las teorías más arraigadas sobre las nubes jovianas. Lo más resaltante es que dicho hallazgo fue realizado por un astrónomo aficionado, aplicando un ingenioso método.
¿Qué sabemos sobre la atmósfera de Júpiter?
La astronomía clasifica a Júpiter como un gigante gaseoso, lo que significa que no posee una superficie interior claramente definida. Por lo anterior, estudiar la atmósfera joviana equivale a comprender en buena parte cómo está conformado dicho planeta.
A diferencia de lo que ocurre en Venus, Tierra y Marte, en Júpiter no hay una separación definida entre su atmósfera y su superficie. Un símil para un gigante gaseoso es una inmensa bola de gas, sometida en su interior a una presión capaz de licuar al hidrógeno y otros gases. De forma que mientras más nos acercamos a su núcleo, el líquido se va haciendo más viscoso.
La atmósfera de Júpiter, el más grande y masivo planeta de nuestro sistema solar, está constituida en un 90% de hidrógeno y helio. El restante 10% lo conforman gases como metano, amoníaco, vapor de agua y trazas de compuestos de carbono y azufre. Estos elementos son los responsables de las coloridas bandas y manchas que caracterizan la fascinante apariencia de Júpiter.
La atmósfera de Júpiter está dividida en bandas oscuras y claras que se extienden paralelas al ecuador. En particular, se pensaba que las bandas claras estaban compuestas principalmente por nubes de amoniaco cristalizado. Y que su color se debía al reflejo y adsorción de la luz solar producido por dichos cristales.
Un astrónomo amateur corrige un dato sobre la atmósfera joviana
Steven Hill, un astrónomo aficionado con sede en Colorado, revolucionó recientemente nuestra comprensión de las nubes jovianas al emplear una técnica innovadora. Utilizando filtros de colores especializados en telescopios comerciales, mejoró la forma de determinar la abundancia de amoníaco en las capas superiores de la atmósfera de Júpiter.
El mapa de mayor precisión de la composición de las nubes, generado por Hill y sus colaboradores, demostró una diferencia respecto a lo hasta entonces asumido. En lugar de estar compuestas principalmente por hielo de amoníaco, como se creía, las nubes jovianas parecen contener una mezcla más compleja de compuestos. De hecho, el estudio parece reflejar que las nubes de amoniaco residen al interior de la atmósfera, donde la temperatura es tal que es imposible que se produzca su cristalización.
Los resultados de este estudio han validado un estudio realizado por el Observatorio Europeo Austral (VLT) en Chile, mediante el uso de equipos astronómicos sofisticados. Empleando el poder de la espectroscopia, previamente habían podido mapear el amoníaco y las alturas de las nubes en la atmósfera del gigante gaseoso.
En el citado estudio se concluyó que las nubes de Júpiter están a una profundidad en la cual es imposible que se constituyan de cristales de hielo de amoniaco. Sin embargo, dada la complejidad de esta técnica, no habían podido validar su resultado hasta que la investigación de Steven Hill fue publicada.
¿Qué aporta el descubrimiento de Steven Hill?
La simplicidad y facilidad de réplica de la técnica desarrollada por el astrónomo Steven Hill y su esquipo de colaboradores, abre un nuevo hito en la investigación de los gigantes gaseosos. Los científicos ahora pueden explorar en mayor profundidad los procesos atmosféricos que dan lugar a las características climáticas únicas de Júpiter, como la Gran Mancha Roja.
Adicionalmente, este descubrimiento destaca el papel crucial que los aficionados pueden desempeñar en la investigación científica. Con mucho ingenio y equipos comerciales, se pueden hacer contribuciones significativas a nuestro conocimiento del universo.