¿Qué es un crédito de carbono?
Un crédito de carbono es, en términos sencillos, un permiso para emitir una tonelada de dióxido de carbono (CO₂). Pero también puede ser lo contrario: un reconocimiento de que has evitado emitir CO₂ o incluso que lo has absorbido del aire, por ejemplo, mediante prácticas agrícolas sostenibles o la reforestación de zonas rurales.
Cuando un agricultor mejora su manera de trabajar la tierra —por ejemplo, con rotación de cultivos, uso de cubiertas vegetales o técnicas de agricultura regenerativa— está reduciendo su huella de carbono. Esa reducción puede convertirse en créditos de carbono, que luego se venden a empresas que necesitan compensar sus propias emisiones.
¿Por qué interesa tanto al sector agrícola?
La agricultura está en el punto de mira cuando hablamos de cambio climático. Y aunque muchas veces se la ha señalado como parte del problema, hoy se la empieza a ver también como parte de la solución. Según Revista Campo, algunos agricultores ya están cobrando entre 20 y 40 euros por crédito generado, y las previsiones apuntan a que esta cifra podría subir.
Es decir: quien cuida la tierra puede cobrar por ello. Y no hablamos de subvenciones, sino de un ingreso adicional por trabajar de manera más limpia y responsable.
¿Cómo funciona en la práctica?
El proceso es sencillo, aunque requiere cierta organización y orientación. En primer lugar, hay que medir la huella de carbono de la explotación. Luego, implementar prácticas sostenibles, registrar los cambios, verificar los resultados mediante auditorías y finalmente certificar los créditos para poder venderlos. Esta gestión la suelen realizar plataformas o entidades especializadas como las que se mencionan en Ibercaja.
Y una vez certificados, los créditos entran en el mercado voluntario, donde muchas empresas —especialmente las grandes— buscan formas de compensar sus emisiones comprándolos.
¿Qué se gana exactamente?
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Un ingreso adicional: Cada hectárea sostenible puede generar entre 1 y 5 créditos al año. No parece mucho, pero si se escala a toda una explotación agrícola, los ingresos pueden ser considerables.
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Reconocimiento y diferenciación: Un agricultor que trabaja con criterios ecológicos mejora su imagen y su posicionamiento en el mercado.
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Ventaja competitiva: Algunas ayudas, subvenciones o licitaciones públicas ya empiezan a tener en cuenta si una explotación está certificada en sostenibilidad.
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Beneficios para el propio terreno: Muchas de las prácticas necesarias para generar créditos también mejoran la fertilidad del suelo, el uso del agua y la biodiversidad local.
El futuro es sostenible… y rentable
España tiene un enorme potencial en este terreno. Por un lado, por su diversidad de ecosistemas agrícolas. Y por otro, porque los consumidores están cada vez más concienciados con el origen y el impacto de lo que comen. Así que apostar por este modelo es una inversión inteligente.
Como explica Olimerca, este modelo no solo ayudará al planeta, sino que también puede suponer “grandes ingresos para el agricultor”.
¿Quieres empezar?
Si eres agricultor y estás leyendo esto, quizás te preguntes: “¿Y por dónde empiezo?”. Puedes hacerlo de forma sencilla: mide tu huella de carbono, mejora tus prácticas y contacta con una entidad certificadora. También puedes informarte a fondo con recursos como este artículo sobre cómo mejorar la eficiencia energética en el hogar o esta guía sobre cómo ahorrar agua en la ducha, que puede parecer que no tiene relación… pero sí: cada gota y cada kilovatio cuentan.