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Home Ciencia

Biochar para una agricultura carbono negativa

Guía práctica para pequeños cultivos

by Pedro Acosta
12 de septiembre de 2025
in Ciencia
Biochar para una agricultura carbono negativa

Parte del carbono presente en la atmosfera en forma de gases de efecto invernadero provienen de nuestra actividad agrícola. ¿Cómo podemos revertir esa situación? La solución es simple: emplear el biochar para una agricultura carbono negativa. En las siguientes líneas puedes conocer en qué consiste esta ancestral propuesta.

El biochar es una técnica que fue empleada por diferentes civilizaciones en el pasado. Por ejemplo, en Terra Preta de Índio de la Amazonia brasileña permitió a sus antiguos habitantes transformar el suelo infértil en tierras cultivables. También hay indicios de que esta técnica fue empleada en Indonesia, y en alguna regiones de África Occidental para restaurar suelos.

En tiempos modernos, en los que el combate contra el calentamiento global es cuestión de supervivencia, el biochar vuelve tener protagonismo. Y es que el biochar para una agricultura carbono negativa es un gran aliado en nuestra búsqueda de reducir la huella de carbono. Y es que esta práctica impide la generación de metano de los restos orgánicos de los cultivos.

 Biochar para una agricultura carbono negativa

El biochar es un material sólido que suele presentarse bajo la apariencia de un polvo oscuro. Se obtiene por la pirólisis de residuos orgánicos de origen vegetal. En palabras coloquiales, es el resultado de cocinar biomasa con muy poco oxígeno.  Es similar a la receta que hemos empleado por los siglos de los siglos para crear carbón vegetal.

En la pirólisis es un proceso anaeróbico, es decir, donde el oxígeno brilla por su ausencia. El calor hace que los hidrocarburos presenten en los compuestos orgánicos se volatilizasen, pero sin reaccionar con el oxigeno para generar metano.  Estos, en conjunto algunas sustancias aromatizantes, escapan en forma de un gas llamado syngas. Y dicho gas puede ser capturado y condensado para obtener bioaceite.

Pero el producto más interesante que deja este proceso es el biochar. Este es super poroso, al punto que un solo gramo puede tener una superficie equivalente a la de un campo de futbol. ¡Toda una locura de porosidad!

Además, el carbono que conforma su estructura es electroquímicamente activo, específicamente con carga negativa. Esto, junto a su porosidad, le permite capturar iones positivos como el amonio, el calcio o el magnesio. Los retiene y protege de su disolución violente por el agua de lluvia o de riego, liberándolos progresivamente. De esta forma, lo micronutrientes que necesitan las plantas para un crecimiento saludable permanecen a resguardo, hasta que son requeridos.

Pero como si lo anterior no fuese suficiente, la estructura porosa del biochar y los miconutrientes que almacena lo convierte en un hotel de lujo para los microrganismos beneficiosos del suelo. Allí prosperan, permitiendo, entre otras cosas, que aumente la fijación del nitrógenos atmosférico. Un nitrógeno que luego las plantas usan para su propio desarrollo.

Cuando empleamos el biochar para una agricultura carbono negativa, explotamos otra vertiente de este material casi mágico. Frecuentemente, en la agricultura desechamos materia orgánica, y esta se descompone generando metano.  O la quemamos en presencia del oxígeno, liberando hidrocarburos donde predomina el metano. Por su parte, el biochar impide la formación de este gas, y otros de efecto invernadero, manteniendo capturado el carbono en el suelo durante siglos. ¡Cualquier parcela se convierte así en un pequeño sumidero de carbono!

Quizás lo más prometedor de biochar aplicado en la agricultura es su escala. Puede aplicarse desde pequeños cultivos de pocos metros cuadrados, hasta explotaciones de cientos de hectáreas. Es entonces una solución democrática, ya que todos los productores pueden participar, sin importar su escala de producción.

Producir y enterrar biochar no es solo un acto agrícola, sino un pequeño voto de esperanza. Una manera tangible de decir que, quizás, el futuro no esté tan perdido. ¿Y si la próxima revolución verde empieza en el fondo de tu jardín?

Imagen propia

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