Justo cuando los países europeos se concentran en eliminar su dependencia del petróleo y el gas, surge un combustible casi mágico. Se trata del hidrógeno blanco, que se origina naturalmente bajo tierra, se renueva solo, es barato y apenas contamina. En las siguientes líneas puedes conocer este combustible, que promete revolucionar nuestro manejo energético.
¿Qué es el hidrógeno blanco?
A pesar de que el hidrógeno es el elemento más abundante del universo, en nuestro planeta casi nunca se encuentra en estado puro. Los científicos han descubierto que una de las fuentes de hidrógeno puro en la Tierra es el subsuelo, o mejor dicho, algunos estratos de rocas subterráneas. Allí se crea de forma natural, cuando el agua y las rocas reaccionan bajo la presión y el calor.
Lo interesante con el hidrógeno generado en el subsuelo es que ¡se regenera solo! Por lo tanto, a diferencia del petróleo y gas natural que tardan eras en formarse, el llamado hidrógeno blanco se renueva continuamente. Por ello, puede incluso considerarse una fuente de energía renovable.
Cabe destacar que la denominación de hidrógeno blanco no responde al color del gas, ya que este es incoloro. Se denomina así simplemente para diferenciarlo del producido a partir de gas natural (hidrógeno gris) o mediante electrólisis con energías renovables (hidrógeno verde). También se le suele llamar hidrógeno geológico porque se origina en el subsuelo.
El hidrógeno puro siempre se ha considerado una fuente de energía no contaminante, ya que su combustión con el oxígeno atmosférico solo genera agua. Lamentablemente, la producción del hidrógeno gris tiene una alta huella de carbono. Y el hidrógeno verde, aunque es de producción limpia, tiene el inconveniente de su alto precio (entre 5 y 12 euros por kilogramo).
Como el hidrógeno blanco se encuentra naturalmente atrapado en rocas, no debemos procesarlo, sino simplemente extraerlo. Esto hace que tenga una huella de carbono muy baja. Y, adicionalmente, que el coste de producirlo sea apenas de unos 0,5 euros por kilogramo. Es decir, ¡menos de un décimo del costo del hidrógeno verde!
Como si lo anterior no fuese suficiente para impulsar el uso del hidrógeno blanco, se ha demostrado que Europa posee enormes yacimientos de estos recursos. Por ejemplo, en Lorena, Francia, existe un yacimiento con reservas estimadas en 46 millones de toneladas. En el noreste peninsular de España se estiman reservas de un millón de toneladas. Y Suiza cuenta con depósitos en los Grisones y el Valais.
¿Puede el hidrógeno blanco sustituir a los combustibles fósiles?
Si bien el hidrógeno blanco ha desatado optimismo entre los expertos energéticos, aún falta un largo trecho para que pueda convertirse en un combustible de alto uso. En realidad, presenta casi los mismos inconvenientes que han impedido el despegue del hidrógeno verde, salvo, como ya se indicó, su precio.
Primero está el problema de las fugas. La molécula de hidrógeno es tan diminuta y ligera que se escapa por cualquier rendija en tuberías y tanques de almacenamiento. Causa preocupación cómo estas fugas podrían afectar a la atmósfera de nuestro planeta. Aunque una investigación reciente de la Universidad de Texas concluyó que su impacto sería mucho menor que el de otros gases contaminantes.
Segundo, está el lío del transporte: mover hidrógeno (blanco, verde o gris) no es nada sencillo. En forma gaseosa ocupa mucho espacio y para comprimirlo necesitamos congelarlo a temperaturas inimaginables. De hecho, se requieren -253°C, apenas 20°C sobre el cero absoluto. Para que tengas una idea, la temperatura requerida es incluso inferior a la máxima registrada en el lado oscuro de la Luna. Además, no podemos usar las tuberías normales de gas porque el hidrógeno las va royendo poco a poco hasta provocar grietas peligrosas.
Por último, está su explosividad: es mucho más inflamable que el gas natural, lo que exige medidas de seguridad extremas.
Debido a los inconvenientes anteriores, los expertos apuntan que el uso del hidrógeno blanco será como fuente de energía y materia prima para industrias pesadas. Estas incluyen la siderurgia, la aviación o la producción de fertilizantes, donde el hidrógeno verde resulta muy costoso.
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