El olor a diésel pesado en los puertos, ese olor denso que se te pega a la ropa, podría tener los días contados. Y no es porque vayamos a dejar de transportar mercancías en barcos (ni mucho menos), sino porque un viejo conocido de la industria química está listo para tomar el mando con un nuevo y ecológico traje: el amoníaco verde.
Todos hemos visto esas enormes naves de carga, auténticos rascacielos tumbados en el agua. Son las arterias de la economía global, pero también son bombas de relojería medioambiental. Queman un combustible espeso y sucio, el diésel pesado o bunker fuel, que es una de las fuentes más brutales de contaminación. Azufre, óxidos de nitrógeno, partículas… (la lista es larga y deprimente). La presión por cambiar esto es enorme, y las navieras están buscando desesperadamente una salida. Ahí es donde entra en escena este nuevo combustible marino.
¿Qué tiene de especial el amoníaco verde?
La clave con este nuevo combustible está en su adjetivo: verde. El amoníaco que tradicionalmente usamos lo fabricamos con un proceso que consume una barbaridad de energía y que emite CO2 a lo bestia. El amoníaco verde, en cambio, lo producimos usando hidrógeno obtenido de la electrólisis del agua con electricidad de origen renovable (eólica o solar), es decir, de hidrógeno verde.
La fórmula química del amoniaco es NH₃, por lo que requerimos, aparte del hidrógeno, nitrógeno para producirlo. Y acá está parte de la magia de esta tecnología: lo capturamos directamente del aire. El resultado es un compuesto que, al combustionar, no emite una sola partícula de carbono. Si lo hacemos bien, su combustión solo se genera agua y nitrógeno gaseosos. Si lo hacemos mal, también producimos trazas de algunos óxidos nitrosos.
Suena casi demasiado bien para ser verdad. Y quizá lo sea. Porque los desafíos son inmensos. El primero es la producción a escala. Para alimentar a la gigantesca flota mundial, necesitaríamos una cantidad astronómica de energía renovable solo para producirlo. ¡Construir parques eólicos y solares a un ritmo frenético!
Luego está el tema de la seguridad. El amoníaco es tóxico, e incluso letal en altas concentraciones. Manipularlo en puertos y almacenarlo en los barcos requiere de protocolos de seguridad extremos y de una formación impecable para las tripulaciones. ¡Cualquier error podría ser catastrófico! Un riesgo que, por cierto, no existe con el diésel de siempre.
Y además, están los motores. Los actuales propulsores diésel no pueden usar amoníaco. Necesitan ser adaptados o, más probablemente, sustituidos por nuevos modelos diseñados específicamente para este combustible marino. Eso supone una inversión billonaria para renovar toda la flota global. Algo que no ocurrirá de la noche a la mañana.
Aun así, el momentum es palpable. Grandes compañías como MAN Energy Solutions ya tienen prototipos de motores que funcionan con amoníaco. Algunos puertos ya están pensando en la logística para suministrarlo. Es una apuesta arriesgada, pero la alternativa—seguir contaminando como si no hubiera un mañana—ya no es una opción. La Organización Marítima Internacional (OMI) ha puesto sobre la mesa objetivos de reducción de emisiones tan ambiciosos que casi dan vértigo. Y el amoníaco verde aparece como uno de los pocos candidatos con credenciales para cumplirlos.
No será la única solución, claro. Probablemente convivirá con otros combustibles alternativos como el metanol verde o incluso el hidrógeno líquido. Cada ruta, cada tipo de barco, podría tener su propia respuesta. Pero hay una sensación creciente de que, para los grandes cargueros que cruzan océanos, este podría ser el ganador.
Al final, todo se reduce a una cuestión de voluntad. Voluntad política para incentivar la producción de energías renovables y para crear un marco regulatorio claro. Voluntad de la industria para asumir los costes iniciales de una transición que es, literalmente, vital. Y la voluntad de todos nosotros, que al fin y al cabo somos los que recibimos los productos que transportan estos barcos, de entender que el verdadero coste de las cosas debe incluir la salud del planeta.
Es una carrera contrarreloj. Veremos si el prometedor amoníaco verde está a la altura de un desafío tan colosal. O si, simplemente, nos quedamos esperando en el muelle.
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