Demostrando derroche de tenacidad e ingenio, un grupo de radioaficionados ha empleado el telescopio de Dwingeloo para detectar la sonda espacial Voyager 1. Esto representa un hito en el campo científico, al considerar que la nave se encuentra a más de 25 mil millones de kilómetros de la Tierra. Y toma mayor relieve cuando pensamos que tanto la Voyager como el radiotelescopio son tecnologías desarrolladas hace más de cinco décadas.
La Voyager 1 viajero interestelar
La sonda Voyager 1, cuyo objetivo inicial fue explorar los planetas exteriores del sistema solar, fue lanzada por la NASA en 1977. Durante su visita a Saturno en 1980, descubrió la presencia de atmósfera en Titán, su mayor satélite, por lo que sus controladores decidieron visitar por segunda vez dicho objeto. El doble acercamiento a Titán modificó su trayectoria, alejándola del plano de la eclíptica y poniendo fin a su misión de exploración planetaria.
La nueva misión asignada a la Voyager 1 fue explorar más allá de los confines de nuestro sistema solar. De hecho, en septiembre de 2013, la ya vetusta sonda se convirtió en el primer objeto creado por los humanos en adentrarse en el espacio interestelar.
Además de los datos recopilados por sus instrumentos científicos, nos han permitido redefinir nuestra comprensión del sistema solar y el espacio interestelar; la sonda porta un valioso mensaje. Transporta, en un disco de oro, grabaciones de sonidos e imágenes de la Tierra.
La distancia, un gran desafío técnico
El orden de magnitud de la distancia que separa el explorador espacial Voyager 1 de la Tierra es tal que para comprenderlo hace falta una comparación: es unas 170 veces la que separa la Tierra del Sol. La separación es tan grande que las señales que emite la sonda tardan casi un día en llegar a nuestro planeta, a pesar de que viajan a la velocidad de la luz.
La enorme distancia que separa nuestro planeta de la sonda exploradora hace todo un desafío técnico detectar su posición, así como recibir los datos que sus instrumentos puedan aún estar transmitiendo. Por ello, toma relevancia el logro técnico conseguido por un grupo de radioaficionados con ayuda del telescopio de Dwingeloo.
El telescopio Dwingeloo al rescate
Construido en 1956 en Países Bajos, el radiotelescopio de Dwingeloo fue en su momento uno de los más grandes del mundo, con un plato parabólico de 25 metros de diámetro. Fue precursor en la explotación del universo mediante una parte del espectro electromagnético invisible al ojo humano: las ondas de radio. Con el paso del tiempo, la construcción de radiotelescopios más sofisticados y de mayor tamaño hizo que el telescopio Dwingeloo paulatinamente quedara en desuso.
Se conocía que dicho telescopio aún era capaz de detectar señales extremadamente débiles procedentes del espacio profundo. Y esto fue explotado por un grupo de radioaficionados, quienes modificaron y ajustaron el Dwingeloo y lo optimizaron para la detección de la señal de la Voyager 1. Y, como fruto de su trabajo, lograron detectar la furtiva señal transmitida por la sonda espacial desde el espacio exterior.
Los científicos esperan que los datos recopilados gracias a esta detección les permitan una mejor comprensión del medio interestelar y de los procesos físicos que ocurren más allá del sistema solar. Información que además es de vital importancia para la planificación de futuras misiones de exploración del espacio interestelar.
Este hecho marca un hito en la exploración espacial, al demostrar que la colaboración de grupos de aficionados a la astronomía con las agencias espaciales da excelentes resultados. Y qué tecnologías consideradas antiguas, e incluso obsoletas, pueden seguir proporcionando observaciones valiosas y contribuir al avance de la ciencia.