La madera ha sido fiel compañera en las construcciones de nuestra civilización. Y justo ahora parece aumentar su papel protagónico, impulsada por la necesidad de mitigar el cambio climático. Y es que la madera estructural como sumidero de carbono no es solo un concepto técnico sino también una revolución silenciosa que desafía nuestra obsesión por el acero y el hormigón.
En varios lugares del mundo la economía circular está siendo aplicada en la construcción. Vigas y pilares de roble recuperadas de edificaciones antiguas se están reciclando, de forma que esa madera curtida por el tiempo, pasa a formar parte de nuevos edificios. Es una acción tan simple, que no se entiende por qué en la mayoría de países ni siquiera existen mercados secundarios robustos para materiales estructurales reutilizables.
Pero la propuesta va más allá del reutilizamiento. No se trata solo de construir con madera, sino de entenderla como un banco temporal de carbono. Cada viga, cada columna es CO₂ capturado durante décadas… o incluso siglos si hacemos las cosas bien. Es decir, siempre que en el futuro esa madera no termina en un vertedero —o peor, quemada sin control— en cuyo caso el carbono regresa a la atmósfera. Sería un fracaso en cámara lenta.
Vida útil de madera estructural como sumidero de carbono
Y aquí entra el análisis de vida útil y los factores ambientales. Porque no es lo mismo una estructura en Sevilla —donde el sol y la sequía castigan— que en los fiordos noruegos. La madera puede durar siglos si se diseña para ello… o fracasar en dos décadas por humedad acumulada. Todo depende de los detalles: las conexiones utilizadas, la ventilación apropiada, o incluso, la orientación de sus vetas.
Por ejemplo, maderas como el abeto y el roble pueden almacenar carbono durante 50, 80, incluso 100 años si el diseño es inteligente y el mantenimiento adecuado. Pero en una sociedad con tendencia a la pronta obsolescencia, ¿quién desea obras que duren un siglo? Se necesita mucha conciencia sobre sostenibilidad para que algo así no sea ilusorio.
Además, ¿alguien ha pensado en el final de la vida útil? El reciclaje de la madera estructural es un tema crucial. Podemos transformarla en tableros, usarla como biomasa para energía con captura de carbono —esa tecnología BECCS que suena bien en teoría pero aún cojea en la práctica— o incluso enterrarla en condiciones controladas. Sí, como lo oyen: secuestro geológico de madera. Suena radical, pero estudios recientes sugieren que podría ser una forma estable de almacenamiento… aunque habría que preguntarse si no será otra solución tecnológica que evade el problema de fondo.
Eso sí, ojo con el lavado de cara ecológico. La madera que requerimos debe originarse en bosques administrados de forma sostenible y con certificaciones honestas y verificables. Así evitaremos la paradoja, tan recurrente como absurda, de destruir bosques para salvar el clima.
El asunto es copiar la estrategia con la que la naturaleza ha manejado la captura del dióxido de carbono. Teniendo árboles, ¿cómo justificamos esas máquinas gigantescas, devoradoras de energía, que prometen rebajar nuestra huella de carbono? La madera estructural como sumidero de carbono funciona aquí y ahora, tal como lo ha hecho desde que existe. Es solo cuestión de adaptar a nuestros tiempos el conocimiento tradicional heredado de nuestros constructores antepasados.
La pregunta puede que sea más cultural que técnica: ¿estamos dispuestos a aceptar que la solución puede estar en materiales modestos? O quizás, más bien económica: ¿podemos prescindir del lucrativo negocio del hormigón armado, en pro de un futuro más sostenible? En muchas obras antiguas que ahora admiramos, la madera lleva siglos demostrando su fortaleza, es hora que escuchemos lo que nos grita con desespero.
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